Yo pienso que las cosas salen mejor cuando una persona se
acostumbra a madrugar. Si nos fijamos, los que como a mí nos gusta la
madrugada, por la mañana hay mucha gente que se levanta como si fueran zombis.
Vagan de aquí para allá sin saber o sin enterarse muy bien del tema. Se
equivocan, hacen cosas mal, se despistan, etc.
Esto que hoy os cuento, no es un reproche a los que les
gusta dormir por la mañana. Ni mucho menos. Pero lo que no puede negarme nadie
es que el mundo está hecho e inventado, para empezar su actividad temprano, y
que si una persona tiene que coger un coche, por ejemplo, para ir a trabajar o
de viaje, no debe estar como un zombi.
Me ocurrió un caso el otro día. Estábamos, mi mujer y yo, en
el hospital Reina Sofía de Córdoba, para una revisión que no viene al caso. En
fin, que la sala de espera estaba llena de gente cuando llegamos. No es que
fuera tarde, sino que prácticamente llegó todo el mundo a la misma hora, a las
ocho y media que es cuando empezaba aquello.
Todos cogimos un número de esos de las maquinitas que hay
pegadas en la pared y que sirven para llevar un orden más o menos organizado,
que por cierto, a mi me hacen mucha gracia, porque son las mismas máquinas que
hay en las carnicerías de algunos supermercados.
Entonces llegó una mujer acompañando a un hombre mayor. Ella,
de unos cuarenta años, lo llevaba del brazo y lo guiaba por el pasillo. Agarró
uno de los números de papel y se sentó junto con el hombre en un de los pocos
sitios que quedaban libres en la sala de espera.
Acto seguido, se presentaron otras dos señoras. Iban
acompañadas por una mujer que parecía ser su cuidadora. Las dos eran mayores. Cada
una se ayudaba de una muleta para poder andar. Su paso era corto, lento y se
podría definir como agonizante por aquel largo pasillo en el que, los muletazos
y el arrastrar de los pies pesados provocaban un eco que todavía cuando lo
pienso, pone los pelos de punta. Parecía, que no iban a llegar nunca a su
destino, pero llegaron. Y fueron a pararse justo delante de la mujer que antes
se había sentado, que no estaba enferma ni nada y sólo iba acompañando al hombre
mayor. Y, que combinación, al lado mío, que me encontraba de pie, apoyado en la
pared y publicando desde el móvil la noticia de mi último artículo, “la vieja
leyenda de Caronte”, para que se pudiera coger el enlace desde Facebook y
Twitter.
Solo quedaba un sitio libre, así que de conformidad entre
las dos viejecillas, se sentó la que más cansada estaba, no sin antes decirle a
la otra al oído: “cuando descanse un poco la pierna, me levanto y te sientas
tú”.
Mientras tanto la zombi de los cuarenta años, despeinada,
adormilada, demacrada de no haberse lavado ni la cara, fea (tanto de aspecto
como de condición) y egoísta por ocupar un sitio que debería pertenecer a un
enfermo, permanecía con su culo empotrado en la silla y la mirada fija en el
rodapié de la pared de enfrente, apunto de caérsele la baba de sueño.
Yo miraba aquella situación y pensaba: ¿no se le cae la cara
de vergüenza?
Cuando despertó de su trance, miró a su alrededor, vio a las
otras dos viejecillas, observó a la demás gente que la miraba con ojos
acusadores ya que todo el mundo se estaba dando cuenta del mal detalle y se
sumergió otra vez en la abismos de la pereza, la vagancia y la desidia propios
de quien no tiene educación, sentido común, ni condición humana.
Un hombre mayor, también con muleta, que estaba lejos de
nosotros, se levantó y cedió su sitio a la abuela acabando con su cansancio y
al mismo tiempo con el bochorno y la impotencia que a mí me estaba provocando
aquella situación.
Me dí la vuelta y con mucho coraje le dije al oído a mi
mujer: ¿Comprendes por qué a mí no me gustan las ciudades? Porque nadie se
conoce.
Ya sé que no es de justicia, pero así me salió.
Cuando salí del hospital, a eso de las nueve y media, cogí
el coche y me dispuse a volver al pueblo. En mitad de la autovía dirección
Málaga, otro coche empieza a acercarse al quitamiedos desviándose poco a poco y
saliéndose de su carril. Se metió en el arcén y acto seguido dio un volantazo
para volver a la autovía.
¡¡Pero qué coño pasa hoy!!
¡¡Es que todo el mundo duerme!!
¡¡Cuándo se va a despertar la gente!!
3 comentarios:
Fran lo que le pasa a esa mujer no es que sea de ciudad o de pueblo,lo que le pasa es que no tiene educacion, ni civismo.
Un saludo y buen trabajo.
Ernesto Ruz.
Bueno,... vale,... que si se madruga te cunde más,...
pero LA SIESTA ES SAGRADA, EHHH!
Un saludo.
Cazandangas.
Pariente, por desgracia ese tipo de gentuza, porque no tienen otro nombre, es cada vez más abundante en nuestro país, en esta España nuestra de muchos derechos y pocos deberes, de falta de civismo, de falta de ética y moral, ¿cómo se puede llegar a los sitios y no decir ni hola, ni buenos días o lo que toque?, pues eso estoy harto de verlo todos los días. No sé de quién es la culpa, imagino que de muchos padres que no enseñan a sus hijos a ser personas con vergüenza. Recuerdo siendo chavalillo como mi madre me enseñó a dar los buenos días a todo el que me cruzara por la calle en el pueblo. Lo más chocante es que suelen ser ésos mismos, como la individua que no se levantó a ceder el sitio a la viejecita, a los que se les llena la boca reclamando derechos y prebendas a las distintas administraciones. Un saludo y enhorabuena por esta entrada.
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