miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Bar

El otro día estuve en el bar. Hacía tiempo que no iba a ese antro de mala muerte al que solo van los que saben de la realidad… la realidad…; que palabra.

Entré solo, dejé mi gabardina en la percha que queda a la izquierda y me di cuenta, a pesar de la oscuridad, por la ausencia de ruido, de que todavía no había llegado nadie, así que aproveché para sentarme en un lugar privilegiado. Busqué la mejor mesa, la que tenía mejores vistas, desde la que se divisaba además de toda la barra, la puerta de entrada y el resto del bar.

Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que la mesa mejor situada estaba ocupada. Era un hombre solo. Parecía como si formara parte de aquella oscuridad, de aquella penumbra. A su lado, una ventana con la persiana subida dejaba pasar algo de la luz exterior de aquel día nublado y revelaba el secreto que guardaban sus manos: papel y lápiz.
Le reconocí cuando despertó de su letargo y por arte de magia aquella tasca se convirtió en el local más inmundo y, al mismo tiempo, más elegante de todo People city. “El Saboy”.

La puerta del bar se abrió y como si llevara toda la vida esperando ese momento, aquel hombre se puso a escribir. Entró una mujer con un vestido rojo que marcaba a la perfección todas sus curvas, pamela, un paraguas y tacones de vértigo. Demasiado elegante para el sitio y la situación. Se paseó de un lado al otro de la barra como si quisiera exhibir sus encantos delante de aquella alma “silenciosa y cubierta de polvo”. Parecía que buscaba a alguien y no podía hacerse a la idea de que no estaba allí. Pidió un vermú y esperó sin éxito.

No logré ver nada de lo que aquel individuo escribía, pero supongo que tratándose de Alvite, sería algo como:
Lo que más le intriga a un hombre cuando se acerca a una mujer así, no es el calibre del arma con el que sabes que te disparará por la espalda, sino de dónde la sacará.

Al cabo de un rato, aquella melena negra, terminó sentándose en el “salón en el ángulo oscuro”, al lado del “genio”. Tan sólo pude distinguir una frase de toda la conversación que mantuvieron.
-Sabes… José Luis, lo mejor que le puede pasar a una mujer cuando la abandonan, es que al menos, tengan el detalle de dejarla en un bar cargado de melancolía y de malos recuerdos; la calle está fría y no es sitio para nadie.

La puerta volvió a abrirse…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder Corpus, vaya relato.

Me he quedado...con ganas de más jajajaja.

Pero bueno, habrá que esperar a ver cómo se recupera esa mujer abandonada (por un hombre que no supo cuidarla? puede ser?).

Enhorabuena, este escrito iba leyéndolo casi con ansia.

Hablamos, que tengo prisa y hay cosas que hacer.

Un saludo.
J.

corpus nudum dijo...

Buenos Días, amigo J, se irán publicando algunos trozos de "El Bar" poco a poco. Espero que os guste.

Muchas gracias y un saludo.