sábado, 24 de diciembre de 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Los libros que se prestan

El otro día, me reía conmigo mismo mientras leía un artículo de Luis María Anson. Aparece en la “Primera palabra” de la revista “El Cultural”, que por cierto es muy buena.
El escrito, “Las cartas de Sainz Rodríguez”, empieza hablando de una conversación que Don Pedro Sainz tuvo con el mismo Anson, en la que le pregunta si se ha leído un libro:

“-Seguro que no ha leído usted un libro clave, La Revolución francesa, de Pierre Gaxotte.
-Pues claro, me lo prestó usted hace cinco años diciéndome lo mismo que ahora.
-¿Y me lo devolvió?
-Sí, se lo devolví.
-Cometió usted un error, mi querido amigo, no aprenderá nunca. No se deben devolver los libros que a uno le prestan. Sería demostrar poco interés por la obra prestada. Fíjese usted, tengo a orgullo no haber devuelto a lo largo de toda mi vida uno solo de los libros que me han prestado.”

Esta conversación, ya la había leído antes en un libro escrito por Anson, “Don Juan”, sobre la vida de el padre del Rey, Juan III, que un día se lo tomé prestado a mi padre. Después se lo devolví, no seáis mal pensados. Aunque la verdad es que Sainz Rodríguez llevaba toda la razón, no tenía que haberlo devuelto. Lo hice por puro remordimiento de conciencia, ya que estaba firmado por el propio autor.

Digo que me reía leyendo, porque a mí me pasó una cosa parecida hace poco. Un tío mío, que es también mi padrino, lector infatigable de este blog y al que yo tengo en gran aprecio, me prestó un libro que se llamaba “El Séneca y sus puntos de vista”, escrito por José María Pemán. Una auténtica obra de arte.


El caso es que, aunque su lectura fue muy grata, era mayor su valor sentimental, ya que el libro fue de mi abuelo, el padre de este tío mío y de mi padre.
Por desgracia para él, yo ya había leído esta conversación entre Sainz y Anson, así que no se lo devolví. Espero que ahora lo comprenda.

Sainz seguía diciendo: “Tampoco, por cierto, hay que ser tan panoli de andar prestando libros. Salvo a personas pías que los devuelven, como Dodero o usted, lo mejor es dar largas o hacerse el sueco, que hay muchos cabrones a los que prestas un libro y luego no lo devuelven. Por otra parte, querido Anson, no se fíe usted nunca de los amigos que devuelven los libros prestados. Son gente rara en los que no se puede tener confianza.” 

Luis María Anson, Pedro Sainz Rodríguez y José María Pemán, formaron parte del consejo privado de Don Juan (Juan III).
Ahora, “Don Juan”, es uno de las grandes obras que faltan en mi biblioteca por culpa de ser tan bueno y tan panoli, y habérselo devuelto a mi padre aquel día. Me arrepiento de haberlo hecho. Creo que iré a pedírselo otra vez, aunque… dudo que caiga en la trampa. 

lunes, 12 de diciembre de 2011

Noticiero VI

El comunicado de Iñaki Urdangarín por el caso de presunta corrupción del que le acusan algunos medios, es una verdadera vergüenza.
En primer lugar, echa la culpa a los medios del “grave perjuicio a la imagen de mi familia y de la Casa de su Majestad el Rey”, cuando debería de arrepentirse por rebajar la imagen de la Casa Real hasta el punto de tirarla por los suelos.
Dice, Urdangarín, que ésta, nada tiene que ver con sus “actividades privadas”.
¡Claro que tiene que ver! ¡Es el yerno del Rey de este país! ¡Miembro de la Casa Real! ¿Como puede decir que “la Casa de su Majestad el Rey” no tiene que ver con sus “actividades”?
Su falta de cuidado y de tacto para con el lugar que ocupa en este país lo va a tener que pagar la Monarquía en respaldo y credibilidad. ¡Claro que tiene que ver!
Yo me uno a lo que dijo Arturo Pérez-Reverte el otro día en twitter: “Lo mucho que Iñaki Urdangarín está haciendo a favor de la III República.”

Las nuevas noticias sobre la investigación del 11M, son verdaderamente fuertes.
Un nuevo “Yo acuso” del director del periódico El Mundo pone en jaque mate, de nuevo, a los jueces."Este   juez estaba vendido" “¿Cuánto vale el presidente de un tribunal?” ha dicho, Pedro J. Ramirez, en una tertulia esta mañana en la cadena Cope y “yo respondo de mis palabras”.
Valentía, demasiada valentía. Y yo no veo mentira. Lo único que veo, por ahora, es que nadie en España sabe exactamente, hoy por hoy, lo que pasó en esa investigación ni en ese atentado.
Nadie en este país sabe si el culpable está en la cárcel o, por el contrario, está fuera y el hombre que hay en la cárcel es inocente, al menos de las muertes del 11 M.
En mi humilde opinión, hasta que no se aclare lo que ese medio de comunicación ha publicado en esta última semana, la investigación, las acusaciones y los resultados del juicio del 11 M, son una falsa.

Para terminar, no podía faltar el clásico. 1-3. El Real Madrid no estuvo a la altura de un Barça verdaderamente superior. 12 millones de telespectadores vieron la impotencia de un Real Madrid ante el Barcelona.
Y en twiter, la evidente euforia de unos y la decepción de otros. En fin, lo que se esperaba ¿no? 

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Bar

El otro día estuve en el bar. Hacía tiempo que no iba a ese antro de mala muerte al que solo van los que saben de la realidad… la realidad…; que palabra.

Entré solo, dejé mi gabardina en la percha que queda a la izquierda y me di cuenta, a pesar de la oscuridad, por la ausencia de ruido, de que todavía no había llegado nadie, así que aproveché para sentarme en un lugar privilegiado. Busqué la mejor mesa, la que tenía mejores vistas, desde la que se divisaba además de toda la barra, la puerta de entrada y el resto del bar.

Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que la mesa mejor situada estaba ocupada. Era un hombre solo. Parecía como si formara parte de aquella oscuridad, de aquella penumbra. A su lado, una ventana con la persiana subida dejaba pasar algo de la luz exterior de aquel día nublado y revelaba el secreto que guardaban sus manos: papel y lápiz.
Le reconocí cuando despertó de su letargo y por arte de magia aquella tasca se convirtió en el local más inmundo y, al mismo tiempo, más elegante de todo People city. “El Saboy”.

La puerta del bar se abrió y como si llevara toda la vida esperando ese momento, aquel hombre se puso a escribir. Entró una mujer con un vestido rojo que marcaba a la perfección todas sus curvas, pamela, un paraguas y tacones de vértigo. Demasiado elegante para el sitio y la situación. Se paseó de un lado al otro de la barra como si quisiera exhibir sus encantos delante de aquella alma “silenciosa y cubierta de polvo”. Parecía que buscaba a alguien y no podía hacerse a la idea de que no estaba allí. Pidió un vermú y esperó sin éxito.

No logré ver nada de lo que aquel individuo escribía, pero supongo que tratándose de Alvite, sería algo como:
Lo que más le intriga a un hombre cuando se acerca a una mujer así, no es el calibre del arma con el que sabes que te disparará por la espalda, sino de dónde la sacará.

Al cabo de un rato, aquella melena negra, terminó sentándose en el “salón en el ángulo oscuro”, al lado del “genio”. Tan sólo pude distinguir una frase de toda la conversación que mantuvieron.
-Sabes… José Luis, lo mejor que le puede pasar a una mujer cuando la abandonan, es que al menos, tengan el detalle de dejarla en un bar cargado de melancolía y de malos recuerdos; la calle está fría y no es sitio para nadie.

La puerta volvió a abrirse…

viernes, 2 de diciembre de 2011

Despertando a España

Me gusta madrugar. Mi mente está más activa por la mañana temprano. De hecho, la mayoría de los días que escribo o que me siento a organizar algún artículo, lo hago recién despierto.

Yo pienso que las cosas salen mejor cuando una persona se acostumbra a madrugar. Si nos fijamos, los que como a mí nos gusta la madrugada, por la mañana hay mucha gente que se levanta como si fueran zombis. Vagan de aquí para allá sin saber o sin enterarse muy bien del tema. Se equivocan, hacen cosas mal, se despistan, etc.

Esto que hoy os cuento, no es un reproche a los que les gusta dormir por la mañana. Ni mucho menos. Pero lo que no puede negarme nadie es que el mundo está hecho e inventado, para empezar su actividad temprano, y que si una persona tiene que coger un coche, por ejemplo, para ir a trabajar o de viaje, no debe estar como un zombi.

Me ocurrió un caso el otro día. Estábamos, mi mujer y yo, en el hospital Reina Sofía de Córdoba, para una revisión que no viene al caso. En fin, que la sala de espera estaba llena de gente cuando llegamos. No es que fuera tarde, sino que prácticamente llegó todo el mundo a la misma hora, a las ocho y media que es cuando empezaba aquello.

Todos cogimos un número de esos de las maquinitas que hay pegadas en la pared y que sirven para llevar un orden más o menos organizado, que por cierto, a mi me hacen mucha gracia, porque son las mismas máquinas que hay en las carnicerías de algunos supermercados.
Entonces llegó una mujer acompañando a un hombre mayor. Ella, de unos cuarenta años, lo llevaba del brazo y lo guiaba por el pasillo. Agarró uno de los números de papel y se sentó junto con el hombre en un de los pocos sitios que quedaban libres en la sala de espera.

Acto seguido, se presentaron otras dos señoras. Iban acompañadas por una mujer que parecía ser su cuidadora. Las dos eran mayores. Cada una se ayudaba de una muleta para poder andar. Su paso era corto, lento y se podría definir como agonizante por aquel largo pasillo en el que, los muletazos y el arrastrar de los pies pesados provocaban un eco que todavía cuando lo pienso, pone los pelos de punta. Parecía, que no iban a llegar nunca a su destino, pero llegaron. Y fueron a pararse justo delante de la mujer que antes se había sentado, que no estaba enferma ni nada y sólo iba acompañando al hombre mayor. Y, que combinación, al lado mío, que me encontraba de pie, apoyado en la pared y publicando desde el móvil la noticia de mi último artículo, “la vieja leyenda de Caronte”, para que se pudiera coger el enlace desde Facebook y Twitter.

Solo quedaba un sitio libre, así que de conformidad entre las dos viejecillas, se sentó la que más cansada estaba, no sin antes decirle a la otra al oído: “cuando descanse un poco la pierna, me levanto y te sientas tú”.

Mientras tanto la zombi de los cuarenta años, despeinada, adormilada, demacrada de no haberse lavado ni la cara, fea (tanto de aspecto como de condición) y egoísta por ocupar un sitio que debería pertenecer a un enfermo, permanecía con su culo empotrado en la silla y la mirada fija en el rodapié de la pared de enfrente, apunto de caérsele la baba de sueño.

Yo miraba aquella situación y pensaba: ¿no se le cae la cara de vergüenza?
Cuando despertó de su trance, miró a su alrededor, vio a las otras dos viejecillas, observó a la demás gente que la miraba con ojos acusadores ya que todo el mundo se estaba dando cuenta del mal detalle y se sumergió otra vez en la abismos de la pereza, la vagancia y la desidia propios de quien no tiene educación, sentido común, ni condición humana. 

Un hombre mayor, también con muleta, que estaba lejos de nosotros, se levantó y cedió su sitio a la abuela acabando con su cansancio y al mismo tiempo con el bochorno y la impotencia que a mí me estaba provocando aquella situación.

Me dí la vuelta y con mucho coraje le dije al oído a mi mujer: ¿Comprendes por qué a mí no me gustan las ciudades? Porque nadie se conoce.
Ya sé que no es de justicia, pero así me salió.

Cuando salí del hospital, a eso de las nueve y media, cogí el coche y me dispuse a volver al pueblo. En mitad de la autovía dirección Málaga, otro coche empieza a acercarse al quitamiedos desviándose poco a poco y saliéndose de su carril. Se metió en el arcén y acto seguido dio un volantazo para volver a la autovía. 

¡¡Pero qué coño pasa hoy!!
¡¡Es que todo el mundo duerme!!
¡¡Cuándo se va a despertar la gente!!