A pesar de los esfuerzos del PP por sacar la mayoría
absoluta, la subida no ha sido suficiente y es muy posible que se pacte un
gobierno entre PSOE-IU. Es la triste victoria de un partido al que se le ha
impuesto, para poder gobernar, la obligación de la mayoría absoluta. Y la dulce
derrota de un PSOE que durante toda la jornada de elecciones, en lo único que
pensaba era en que el PP no sacara los 55 escaños, suficientes para formar
gobierno.
Al igual que hace 200 años, cuando España navegaba a la deriva
entre un reinado liberal y uno absolutista, Andalucía, ha elegido seguir con el
absolutismo, con el gobierno del “más de lo mismo”, con el “yo hago lo que
quiero porque quiero”. Son ya tres décadas y al parecer todavía no es
suficiente.
Es como una especie de síndrome de Estocolmo en el que el
secuestrado ayuda a que la policía no encuentre a su secuestrador. Es la
complicidad entre una víctima, Andalucía, y el mismo que está causándole el
daño.
Y es así como lo han vivido algunos medios de comunicación
que no se explican cómo puede una comunidad autónoma seguir con la misma
política si se le da la oportunidad de cambiar, de probar otras cosas, de
evitar que sucumba en la más agonizante crisis, no solo económica, sino de
confianza en nuestros políticos.
Cómo se espera que después de los escándalos de los Chaves,
Paula e Iván, sobre todo los 10 millones de euros del “caso Matsa” y que
después del caso de los EREs falsos, prejubilaciones fraudulentas bañadas de
copas, fiestas y cocaína a mansalva, cómo se espera que después de esto la
credibilidad en la clase política se mantenga si no la cambiamos.
El pueblo ha hablado y hay que respetar su decisión. Ha
decidido que el PP gane estas elecciones, y eso es lo que ha pasado. Ha
decidido que el PSOE las pierda y las ha perdido. Ha decidido que IU doble su
número de escaños con respecto a las últimas y así ha sido. Es decir, que ha
habido cambios en el número de escaños desde el 2008.
El problema es que cuando el pueblo habla con la boca
chica…, pasa lo que pasa, que por mucho que cambien los votos, no es
suficiente. Para dar una lección a un gobierno, por su mala gestión, el zarpazo
de las urnas debe de ser contundente, como el de las últimas elecciones
generales, por ejemplo. Pero así no, a medias entre la contundencia, entre lo
drástico y lo débil no se da lección alguna.
Y cuando no se da lección alguna lo que ocurre es esto: que
el número de votos baile de un partido a otro, que el número de escaños baile
de un partido a otro y que las cosas sigan igual que estaban; que posiblemente
gobiernen los mismos y que no haya servido absolutamente para nada ganar una
elecciones.